lunes, 3 de agosto de 2009

Biografía 1


Me asusta Internet.


Cada vez que, distraídamente, lanzo a la búsqueda un concepto o nombre propio, quedo helado por los resultados. Cientos, miles, de informes, chismosos en su mayoría, interesados siempre, inexactos casi siempre, arrasan con la objetividad científica.


Yo, no soy una excepción, y si tecleas JOSU AIZPURUA, te sale una recua de imprecisiones y barbaridades como la reiterativa de “Político español independentista.”


Por no reconocerme mi nacionalidad vasca, cometen esa jocosa contradicción. ¿No era España ya independiente?


No creo necesaria esta biografía política, pues no hice otra cosa que luchar contra corriente, con valor y honestidad, pero la escribo, por que no pasaré al anonimato, como sería mi deseo, si no que la chismosa Internet me tendrá por los siglos, vestido de ropajes que no me gustan.


Zazpiak Bat, siete en una, siete décadas en una vida; la mía. Ese será el esquema de este escrito.





BAT


(0 a 10 años) – UBICACIÓN



No nací en el Mediterraneo, como Serrat, pero nací en Bilbao, que tampoco está tan mal. Fue por el verano de 1946, cuando ya el Caudillo Franco llevaba 7 años de Jefe de la España Una, Grande y Libre, que como decía mi amigo Geijo, “es Una, por que si hubiera Otra, todos estaríamos en aquella”.


Nací en el seno de una familia vasca, del bando nacionalista, perdedores de la guerra, pero que por su enorme capacidad de trabajo, como albañiles primero y constructores después, fueron escalando en el Bilbao de la postguerra hasta instalarse en la burguesía acomodada, principalmente la rama de mi padre que fue un empresario de éxito.




Yo padecí el hambre y racionamiento, solamente cuando mi padre no conseguía los cupones extras de racionamiento, y me contaron, que el Pelargón de lactancia que me daban de estraperlo, era falsificado y me produjo tremendos daños en el estómago que casi me provocan la muerte. El farmacéutico era falangista y seguramente, al verme, se imagino lo que venía y me dio el Pelargón con matarratas.


Algunas colas de la mano de mi madre por los cupones de racionamiento, son de los pocos recuerdos desagradables del hambre propia, pero si tengo los primeros destellos del hambre ajena.


Nací en medio de la violencia institucionalizada. Violencia política de unas fuerzas gubernamentales represivas, violencia social sobre una clase obrera de sindicato único y miseria de salario, violencia de género donde la mujer dependía del marido hasta para abrir un cuenta bancaria, violencia religiosa donde el ultracatolicismo era obligatorio e incluso prohibían la lectura de grandes obras literarias, violencia intelectual donde cuatro fascistas interpretaban lo científico con las gafas del franquismo.


Lógicamente, la violencia me salpicó.


Cada año que pasaba, la situación familiar mejoraba, y en el hogar familiar de Alameda de Urquijo 86-6º, del barrio de entonces Indauchu, yo iba creciendo e inspeccionando todo aquel universo que se abría ante mis ojos.


Tuve un amigo en el piso de abajo, Jesusín, pero se murió de rabia por la mordedura de un perro que nos salió de una lonja y yo estuve mas rápido. Quedé destrozado por la muerte de otro niño, como yo de cinco años, y poco después por la muerte del padre de otro amigo de enfrente, Iñaki, que pasó años llorando en la misa del colegio en el memento de difuntos.


La muerte era algo serio.


Por lógica económica, mis padres aspiraban a que fuese un alumno de los Jesuitas de Indauchu, el cénit de la burguesía bilbaina, solo superada por el elitista Gaztelueta, del Opus Dei, colegio de las tradicionales familias de la oligarquía negurítica, a la que no podíamos aspirar, pues teníamos dinero, pero se nos veía demasiado cerca el andamio.


Para lograr mi desasnamiento, mi padre contrató a una maestra, que por nacionalista, había sido expulsada de la Enseñanza Oficial cuando llegó Franco y sobrevivía con las clases particulares.


Fue un éxito, pues entré a Jesuitas y Don Quiterio, el Secretario de Admisión, felicitó a mi madre por mi preparación. En mala hora, puesto que en los siguientes ocho años de mi vida, aquellos jesuitas, trataron de manipularme y mal formarme, humillándome, cuando podían, por mi innata rebeldía.


Lo que nadie sabía es que la Srta. Encarna, mi maestra, que me dio millones de pellizcos y palmetazos, me preparó para el examen de jesuitas, pero también para la vida y me enseñó el poco francés que hoy se.


Ella me rebeló, que mi madre me bautizo con el nombre de Josu Mirena, y no con el que me imponían las Autoridades franquistas; Jesús María. También me rebeló lo que eran rojos y separatistas, sus ideales y la calaña de los “nacionales” en el poder de Bilbao.



Yo ya iba preparado y cuando los jesuitas trataban de enseñarme que los separatistas y los mineros comunistas asturianos quemaron Gernika, yo, “inocentemente” preguntaba por la aviación nazi. La prima de mi madre y su bebé fallecieron en el bombardeo. Sabía de lo que hablaba.


El valiente con los niños, jesuita, me tiró del tablero al suelo de un bofetón por decir que prefería Loroño a Bahamontes, por que era vasco.


Desde que tuve uso de razón, siempre recuerdo mi pasión por el saber, por la verdad y la justicia. No los encontré en los jesuitas, y por tanto, los busqué por fuera.


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