lunes, 3 de agosto de 2009

Biografía 2



BI


(11 a 20 años) FORMACIÓN



La primera formación que recibí fue autodidacta. La enorme biblioteca que compró mi padre, seguramente a plazos, para adornar el salón, solamente me tuvo a mí de exclusivo lector. Pese a mis pocos años, además de los maravillosos Verne y Salgari y las Aventuras de Guillermo Brown, que me compraba mi madre, nocturna y clandestinamente, fui devorando obras mayores, y las obras completas de Blasco Ibañez con su Intruso, fueron libros habituales en mi adolescencia. Hoy todavía conservo las Obras Completas de Blasco Ibañez y las de Anatole France, como recuerdo de aquella época.


Entre la Srta. Encarna y la biblioteca familiar, mi preparación resistente al franquismo, era suficiente. Jamás me creí nada de lo que en Formación del Espíritu Nacional trataron de imponerme.


La segunda formación, la encontré en mi gran afición al senderismo. Caminante empedernido, por las montañas vascas, fui encontrando personas y doctrinas, proscritas en la ciudad, pero conservadas a la manera de los vascos, oralmente, que fueron la base de mi personalidad; amor a mi patria vasca, justicia y rebelión.



Eran los años 1956-1966 y la tierra vasca se agitaba con el nacimiento de grupos armados, entre los que destacaba ETA.


Mi formación hasta entonces, giraba en torno al catolicismo, y cualquier militancia comunista, estaba inadecuada.


Por ello, me fui acercando a los militantes del Gobierno Vasco en el Exilio, y siguiendo sus instrucciones, fui incorporándome a grupos de mendigoizales, de acción vasca de masas, y por mis condiciones físicas (campeón de 100 metros), fueron llamándome a tareas mayores.


Yo no me siento manipulado, pese a mis quince años, por haber sido incorporado a la Resistencia Vasca. Es mas, agradezco infinitamente a Iñaki, David, y Joseba, por haberme encauzado por la línea militar, mi gran vocación y mi gran frustración. Lo otro, lo político, siempre me produjo gran repulsión. En el primer test vocacional que nos hicieron en jesuitas, yo salí como excelente en “milicia”, ante las carcajadas de mis compañeros y las mías, pues mi destino era la empresa constructora familiar, pero no era tonto aquel psicólogo, no, y eso que no sabía las maniobras que por los montes llevaba un año practicando.


Por fin, superadas prácticas y pruebas, llegó el momento largamente esperado de jurar la bandera vasca, la ikurriña proscrita, ante los comandantes de gudaris vascos derrotados por Franco, que nos tomaron juramento como Oficiales clandestinos del Euzko Gudarostea - Ejercito Vasco, reformado para la liberación nacional.



Nuestras vidas cambiaron para siempre, nuestros destinos quedaron marcados y el puñado de jóvenes elegidos, hicimos frente, como pudimos, a la represión de la dictadura franquista.


La situación era que nos encontrábamos en una dictadura fascista, producto del golpe militar que en 1936 dio el General Franco contra la República Española dirigida por un Gobierno popular de izquierdas. La evolución natural de España, republicana y federalista, había sido cercenada por la fuerza y substituida por un Régimen, fascista e imperialista, ultracátólico, y ridículo en sus planteamientos, pero, cruel y sanguinario, y mantenido por su fuerza represora.


Euzkadi institucional, (que no la Euzkadi proyectada por Sabino Arana como ente político de los siete territorios vascos), autorizada por la República Española para constituirse en Gobierno Autónomo, fue aniquilada a la entrada de Franco, que fusiló incluso a sus sacerdotes. Su idioma vasco fue prohibido, su historia erradicada, sus líderes deportados, sus provincias declaradas traidoras (salvo Araba), sus instituciones repobladas de fascistas venidos de otras tierras, y su esencia enajenada. Habían acabado con “lo vasco” y substituido por “lo español”.


Contra la fuerza, solo cabe la fuerza y había que luchar para recobrar nuestra esencia vasca. Esa era la misión personal que me habían impuesto.


Cursos de formación democrática en unos países, y de guerrilla en otros, dieron con el perfil adecuado de comando, requerido para las acciones que nos ordenaron, de refuerzo a fechas simbólicas para los vascos, consistentes en pintadas y distribución de octavillas, y colocaciones de ikurriñas en lugares estratégicos.


La presión que ETA efectuaba con sus acciones armadas, mueve a los dirigentes a emularles y se comienza la espiral de la violencia, con el uso de explosivos y utilización de armamento.



Esa vía destructora, nos salpicó en propias carnes y mis compañeros Artajo y Axurmendi, dejaron sus vidas al recibir una bomba, que les explotó en sus manos.


Los pocos años, la dictadura represiva, y el fanatismo, nos impedían ver lo corto y estéril de aquel camino armado, por lo que seguimos en él, plenos de esperanzas.


No pensábamos en una victoria militar, sabíamos de su imposibilidad, pero esperábamos que nuestro ejemplo y nuestra muy probable muerte, sirviera de acicate para que el Pueblo Vasco, que mitificábamos, se rebelase en masa contra la dictadura. Éramos mártires de la causa del Pueblo Vasco, y ello lo justificaba todo.


A los quince años mi familia me permite por fin salir del calvario jesuítico, y me internan en Lekaroz, donde paso los días más felices y donde recobro el gusto por el estudio y la ciencia. Aquellos curas capuchinos, sacan de mí la mejor parte, aunque no pudieron limar mi rebeldía, que resultó innata. Largas conversaciones con el padre Ildefonso de Bilbao, de la familia Marqueses de Urquijo, me dan nuevas perspectivas de las motivaciones fascistas de la oligarquía vasca. Siempre esas manifestaciones vasquistas de mi parte tuvieron el respeto de los capuchinos de Lekaroz. Aunque mas difícil por el internado, continúo la lucha clandestina y soy detenido en Aberri Eguna de Bergara, junto a Txomin Ziluaga con el que ya conservaré una amistad y admiración eterna.


El “comunismo” etarra, nos estaba enfrentando a una doctrina nueva en nuestra tierra, un socialismo revolucionario, que quemaba las esencias clericales de la dirigencia nacionalista. Este debate nos obligó a emprender el camino del socialismo teórico, para ver sus grandes fallos, de la mano de teóricos marxistas, especialistas de formación jesuítica, como Garate. Tremendo fallo de los dirigentes que consiguieron todo lo contrario.


Pocos meses después de comenzar los cursillos anticomunistas, la mayoría de los comandos estaba asumiendo el socialismo como guía de su lucha.


Yo tuve mi tercera formación, en esa escuela marxista, y pese a considerarme socialista, social-demócrata, o más propiamente progresista de izquierdas, nunca llegué a identificarme con los leninistas o maoistas, e incluso los troskistas, pues las dictaduras, aún la del proletariado, me producen alergia.


Navegué junto a ellos, por causa de la lucha, pero siempre tuve firme mi timón para saber a donde iba.


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